domingo, 21 de marzo de 2010

Novalis

Todavía hoy se goza mi corazón cuando recuerdo aquel confuso torbellino de maravillosos pensamientos y sensaciones que me llenaron aquella noche. Aquel hombre se sentía como en su casa en las épocas paganas y estaba dominado por un increíble fervor que le hacía desear ardientemente la vuelta a aquellos oscuros siglos del pasado. Por último, me condujo a un aposento donde podía pasar yo la noche, pues ya era demasiado avanzada la hora para volver a mi casa. No tardé en dormirme y me vi en mi ciudad natal, saliendo por la puerta de sus muros. Era com si yo tuviera que ir a algún sitio, a conseguir algo y no sabía bien qué era, ni adónde debía dirigirme.

Existe inteligencia allí donde cada uno actúa.



Lo que un ignorante puede una vez, todos los ignorantes lo pueden siempre. Ya que no hay jerarquía en la ignorancia. Y lo que los ignorantes y los sabios pueden comúnmente es lo que podemos llamar el poder del ser inteligente como tal.
El maestro ignorante

lunes, 15 de marzo de 2010

Paréceme pues que el sueño es una defensa contra la monotonía de la vida, un recreo de la fantasía liberada en que ésta mezcla  todas las imágenes  de la vida e interrumpe la permanente seriedad del adulto con un alegre juego de fantasía infantil. De no ser por los sueños, envejeceríamos antes y bien se puede tener el sueño, si no por algo que viene directamente de arriba, al menos por un regalo divino, una agradable compañero en nuestra peregrinación hacia el Santo Sepulcro. A buen seguro que el sueño que tuve esta noche no ha sido una casualidad sin efecto sobre mi vida, pues ya siento que influye en mi alma, impulsándola como una gigantesca rueda que pone en movimiento algún poderoso mecanismo.

Ha de desvelarse algun día el misterio del que espero la vida o la muerte.

A menudo mi corazón se complace en este crepúsculo. No sé qué es lo que me pasa cuando contemplo la insondable naturaleza; pero son sagradas y felices lágrimas las que derramno ante ésa mi bienamada, cubierta de velos. Todo mi ser enmudece y escucha, cuando el leve y misterioso soplo de la tarde me envuelve. Perdido en las lejanías azules, con frecuencia elevo mis ojos hacia el éter, o los inclino sobre el mar sagrado; entonces, me parece como si se abriera ante mi la puerta de lo Invisible y yo me diluyese junto con todo lo que me rodea, hasta que un ruido en los matorrales me despierta de esta bienaventurada muerte y me hace volver de mala gana al lugar de donde partí.

jueves, 4 de marzo de 2010


Hay un éxtasis que señala el punto más alto de la vida, por encima del cual no puede la vida eleverse. Y es tal la paradoja del ser vivo, que este éxtasis se alcanza cuando uno está más vivo, y se alcanza cuando uno se olvida completamente de que está vivo. Este éxtasis, este olvidarse de que uno está vivo, acontece al artista, aprisionándolo y sacándolo de sí en una lámina de fuego; acontece al soldado, ebrio de muerte en un campo de lucha, peleando sin cuartel...

Jack London


Con la aurora boreal luciendo tenue sobre sus cabezas, o las estreellas retozando en una danza de escarcha, y la tierra muda o yerta bajo su palio de nieve, esta canción de los perros esquimales podría haber significado un desafío a la vida; sólo que la estaban entonando en una nota menor, con dilatados lamentos y sollozos medio esbozados , y era más bien una solicitud de vida, el articulado sufrimiento de la existencia. Era una vieja canción, vieja como la raza misma; una de las primeras canciones del mundo más joven, en un tiempo en que las canciones eran tristes. Estaba envuelta en el pesar de innumerables generaciones, y era ésta la queja que tan extrañamente conmovía a Buck.